Más vegetales para ser feliz

Que tu alimento sea tu medicina», decía Hipócrates ya en el siglo de Pericles. Y cada vez más, parece que tenía razón. No solo por la repercusión que la alimentación tiene en nuestro estado de salud físico, sino porque en parte este reflejo se ve también en nuestra salud mental.

La terapeuta emocional y experta en temas de energía y salud integral Montse Bradford lo sabe muy bien. No en vano es la autora del libro ‘La alimentación y las emociones’, entre otros, además de una prestigiosa conferenciante internacional en el asunto que nos ocupa.

Para ello es importante saber que hay que comer alimentos preparados al momento para que no pierdan su energía y evitar los congelados y los precocinados.

Ese tiempo que pasamos cocinando, que no tiene por qué ser mucho, es una inversión en salud. Al final, comemos para «generar una buena calidad de sangre que va a regar nuestros órganos y que nos va a dar estrés, enfermedad y desequilibrio (si es ácida) o energía vitalidad y salud (si es ligeramente alcalina)», explica.

Lograr una u otra es muy sencillo y como siempre depende de nuestra dieta y de cómo hagamos las tres comidas principales. Pero Bradford, realista y conocedora de que la mayoría de las personas no hacen del desayuno su sustento más fuerte, recomienda una comida abundante al mediodía para cenar luego con más «coherencia».

Eso sí, esta comida es importantísima y tendrá que ser totalmente equilibrada, por lo que se compondrá de un determinado grupo de alimentos como los carbohidratos, las proteínas o los minerales.

Elegir bien los carbohidratos

En el caso de los carbohidratos no hay que elegir los refinados (en su procesado se elimina gran parte de su fibra) sino los de energía estable que nos darán concentración y vitalidad, como los cereales integrales en grano.

Como señala la experta, también tenemos que ingerir proteína para la musculatura y aquí conviene redescubrir la vegetal en forma de legumbres, si bien un poco de pescado nunca nos viene mal. Y, como hoy en día estamos desmineralizados, es interesante tomar verduras del mar (algas). Esta alimentación, a la que hay que añadir verduras de raíz y redondas, verduras verdes cocinadas ligeramente y semillas, frutos secos, germinados o pickles (verduras fermentadas naturales), «es la que nos relajaría y nos haría más felices. Una vuelta a lo natural», afirma Bradford.

Al final, el estrés que tanto preocupa se relaciona estrechamente con la alimentación. Es como una pescadilla que se muerde la cola. Para poder afrontar todas las tareas, cuando reina el cansancio se tiende a ingerir alimentos que dan una energía rápida (chocolates, bollería y, en general, azúcares refinados industriales) al producir una subida inmediata de glucosa que el cuerpo identifica con una gran sensación de energía. Es entonces cuando, al sentirnos fuertes de nuevo seguimos trabajando sin concedernos ese descanso que el cuerpo necesita.

Pero la energía de esos azúcares y de las bebidas estimulantes de las que se abusa es falsa y acaba dañando órganos como los riñones y provocando emociones de preocupación, inestabilidad y miedos. Y así el estrés se verá agravado.

Además, estos azúcares refinados, como las grasas trans, producen cambios en la glucemia que se asocian a irritabilidad: «Y los niños son más sensibles a este efecto, sobre todo si son hiperactivos. De hecho, cuando tienen este trastorno la dieta sana es especialmente importante para evitar los síntomas».

En definitiva, lo que se necesita para afrontar mejor las tareas diarias es una buena concentración y una mente despejada capaz de resolver rápidamente, y eso lo aportan las verduras y las frutas (por eso los expertos las aconsejan en abundancia cuando llegan las temporadas de exámenes).

Por carencias también se desarrollan los apegos alimenticios. Buscamos con ellos una reacción o un efecto determinado. Por ejemplo, la necesidad de chocolate se da porque reconforta, lo que sucede debido a que tiene «un ligerísimo efecto antidepresivo (posee serotonina). El problema es que aún es mayor el efecto adictivo por el aumento de la glucemia», explica el doctor Javier García Campayo.

Los apegos alimenticios

«Cuando son mentales o emocionales, lo apegos vienen por aburrimiento o por buscar un alimento que nos evada u oculte emociones que no queremos ver. Cuando nos encontramos emocionalmente en desequilibrio recurrimos al consumo de dulces, aunque el problema no va a desaparecer con ellos», afirma la terapeuta emocional.

Sin embargo, cuando las carencias provienen del organismo, pueden ser nutricionales y quieren compensar la deficiencia de fibra, grasas, minerales… O energéticas, debido a la falta de vitalidad, calor, relajación, etcétera. Es curioso cómo se comen los dulces, además suelen ser los fabricados a base de azúcares refinados para reemplazar muchas carencias a todos los niveles. Esto no solo es una postura infantil, sino que además este hábito produce variaciones en los niveles de glucosa que se asocian a malestar psicológico y facilitan el aumento de peso.

Foto: Photoxpress

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